El reportaje de Radio San Miguel, narrada por Zulma Terrazas, describe de como “el monte que antes fuera fuente de vida se convirtió en un infierno mortal” para los comunarios de Tumichucua, en el municipio de Riberalta, Beni, a consecuencia de los incendios, que en Bolivia, ya arrasaron más de cuatro millones de hectáreas y millares unidades de la fauna en Santa Cruz, Beni, Pando y norte de La Paz.
Un gran saludo a todos desde Radio San Miguel, nos permitimos presentar un reportaje sobre el infierno que se vivió en Tumichucua, el pasado 26 de agosto, cuando se suscitó un incendio de gran magnitud logrando inquietar a sus habitantes.
El crujir de la madera ardiendo y el monte incendiado se escuchaban a lo lejos, pero el viento hacía que el fuego estuviera cada vez más cerca. La gente estaba aterrada, no solo por la posibilidad de perder sus hogares y su siembra, sino también por el humo denso que cubría el cielo, haciendo que respirar fuera cada vez más difícil.
Muchos sufrieron dolores de cabeza, ardor en los ojos, y los más vulnerables, como los niños y ancianos, empezaron a tener problemas respiratorios. El aire ya no era aire, era una amenaza invisible que invadía los pulmones y hacía la tragedia aún más insoportable.
La comunidad de Tumichucua, en el municipio de Riberalta, vivió una de las peores tragedias que su gente pueda recordar. Un incendio forestal arrasador, alimentado por los fuertes vientos se desató sin aviso, avanzando hacia el corazón de la comunidad.
El monte que antes fuera fuente de vida se convirtió en un infierno mortal para los campos, los animales, los árboles y los cultivos que sustentan la vida de los campesinos de la zona. Y lo que empezó como un destello en el horizonte se convirtió, en apenas dos días, en un infierno descontrolado que amenazaba con tragarse todo a su paso.
A pesar de que Tumichucua está muy cerca del agua por su lago, la comunidad se encontraba en una lucha desigual. Llevar el agua hasta donde estaban las llamas era una tarea muy complicada, las manos de los moradores y personas voluntarias que llegaron hasta el lugar no daban abasto; utilizaban toda clase de vasijas para acarrear agua, servían los botellones, los galones, botellas, baldes, tanques, mangueras y bombas de agua, aun así, junto a las pocas herramientas disponibles parecían insignificantes frente a un enemigo tan voraz.
La ayuda tardía de las autoridades permitió que el fuego avanzara más rápidamente a lugares que no se creía que serían afectados, los vecinos se unieron en un esfuerzo desesperado por salvar lo que podían, pero las llamas continuaron su marcha implacable.
En Bolivia, los incendios forestales han sido una constante en los últimos años, en gran parte, debido a las leyes que permiten quemas controladas, muchas veces mal gestionadas. Estas “leyes incendiarias”, como las llaman los habitantes, no solo permiten que el fuego se salga de control, sino que también dejan a las comunidades en una situación de indefensión ante la naturaleza.
Tumichucua no fue la excepción, a pesar de los llamados de auxilio y la evidente gravedad del incendio, la respuesta de las autoridades llegó un poco tarde, aunque formaron parte del auxilio algunos efectivos militares que llegaron hasta el lugar del siniestro y se pusieron manos a la obra haciendo lo que se podía, aun así, los habitantes se sintieron solos, luchando contra un enemigo que crecía en intensidad con cada hora que pasaba y amenazaba con quemar sus pocas pertenencias.
Fueron largas horas de intentar extinguir por completo el fuego, ya que se lograba apagar en un lado, en otro lado volvía a reavivarse y arder nuevamente avanzando a otros predios, esto sin contar el sinfín de animalitos calcinados que se encontraban en los lugares donde se lograba apagar el fuego, animales que no lograron huir a tiempo de las llamas y tristemente murieron quemados, otros quedaron con quemaduras en gran parte de su cuerpo, especialmente las patas y las colas.
Con el pasar de las horas se sentía el cansancio entre los voluntarios e improvisados bomberos que arriesgaron sus vidas para salvar no solo las casas de los moradores, sino también sus sembradíos, su flora y su fauna, que dan vida y belleza a este hermoso lugar turístico.
Después de varios días de haberse apagado el incendio, el paisaje que alguna vez fue verde, frondoso y lleno de vida ahora tristemente estaba convertido en un cementerio de árboles carbonizados y sembradíos inservibles. El humo seguía en el aire, recordando toda la fragilidad de la vida en la Amazonia boliviana.
Nos dirigimos al lugar para ver la magnitud del daño con nuestros propios ojos, nos encontramos con don Leoncio, un campesino de toda la vida, estaba llevando agua en su marico para regar a las pocas plantitas que se salvaron del fuego, lo acompañamos y nos mostró su chaquito (su sembradío) pudimos sentir su tristeza y resignación de quien ha perdido todo.
Vamos a escuchar a don Leoncio, es muy triste escuchar y ver los ojos vidriosos, de don Leoncio mirando lo que alguna vez fue su esperanza. Su sembradío, sus plantas de cacao, de copoazu, palta y plátanos, que tanto cuidaba y en el que había depositado su fe ahora era plantas carbonizadas y hojas achicharradas.
En este sembradío estaba depositada toda su esperanza, sus manos, tiznadas por el carbón y las cenizas curtidas por años de trabajo tocaban el suelo seco. Así como Don Leoncio, muchos en Tumichucua, vive de la tierra. La protege, la limpia, la riega; en ella está su sustento, su orgullo y su futuro.
Pero, no solo la tierra fue la gran perdedora en este incendio. Las consecuencias del humo en la salud de los habitantes también dejaron huella. Muchos comenzaron a desarrollar problemas respiratorios. Los más pequeños, cuyas defensas no estaban listas para soportar la nube tóxica que cubría el cielo, ahora se enfrentan a semanas de recuperación.
Algunos de los ancianos necesitaban atención médica inmediata, pero el acceso a servicios de salud es limitado en esta región. La tragedia del incendio no solo consumió el monte, también afectó la salud de quienes estaban expuestos al humo constante, complicando aún más el panorama para la comunidad.
Sin embargo, en medio de tanta desolación, la comunidad de Tumichucua no ha perdido la esperanza. La resiliencia del campesino es fuerte, aunque el paisaje ahora sea desolador saben que la vida puede renacer.
Los campos quemados pueden volver a florecer, y la gente de Tumichucua, con sus manos y su trabajo incansable reconstruirá lo que el fuego les arrebató. “Vamos a volver a plantar”, nos dijo don Leoncio con una leve sonrisa, sonrisa que, a pesar de todo, refleja la fe que tiene en la tierra que lo ha visto crecer.
Este desastre ha puesto en evidencia la urgente necesidad de revisar las políticas que permiten quemas controladas y la falta de recursos para atender emergencias forestales.
Las comunidades amazónicas como Tumichucua no pueden seguir siendo víctimas de la indiferencia; mientras tanto, el humo se disipa, pero las heridas del incendio permanecerán durante mucho tiempo en los corazones y pulmones de los habitantes.
A pesar de todo, Tumichucua sigue en pie. La comunidad, con la ayuda que pueda llegar, comenzará de nuevo porque al final, aunque el fuego haya arrasado con la tierra, no puede consumir la esperanza de su gente.